Hablar de las Neurociencias de la Mediación nos conduce a un camino directo a lo profundo del motor del comportamiento humano. Esa primera fuerza biológica y psíquica que monitorea y acciona nuestra percepción (desde el cómo nos sentimos y el cómo nos hace sentir aquello que percibimos a través de los sentidos) y que genera a su vez una respuesta interna y externa ante esos estímulos, siendo el resultado de toda esa química que acontece en el cerebro lo que conocemos como: sentimientos, sensaciones y emociones. La tristeza, la alegría, el enojo, la ira, la vergüenza… todo ese mundo emocional que como seres humanos por naturaleza social experimentamos a lo largo de nuestras vidas es la verdadera “química neuroemocional”.
Ahora bien, ustedes se preguntarán: ¿de qué manera se relaciona esto con la Mediación? Seguramente habrán escuchado hablar o leído sobre el “Cerebro emocional”, que a grandes rasgos describí en el párrafo anterior introductorio. Comprender este mundo de las emociones y cómo se reflejan en nuestras mesas de Mediación a través de nuestros participantes (los mediados) como también en nosotros mismos en el rol de “mediadores”, es un antes y un después en el arribo hacia la aproximación de las respuestas de los interrogantes que tantas veces pasan por nuestras mentes cuando dirigimos la comunicación del proceso: ¿cuál es el verdadero interés de cada uno? ¿Cómo tengo que expresarme o conducir el diálogo para que las partes flexibilicen sus posiciones? ¿Cómo motivo la creatividad en ellos? ¿Cómo movilizo la circularización de los intereses? ¿Qué hay detrás de las expresiones cuando mis mediados comunican verbalmente su mensaje pero que no condice con su comunicación no verbal (incluidas las microexpresiones)? ¿Qué hay detrás de estas emociones y cómo trabajo con ellas en mi mesa de mediación?
No obstante, antes de brindarles respuestas y mientras escribo en mi mente lo que deseo hacerles llegar desde el campo de las Neurociencias en este escrito, es importante primero relatarles brevemente cómo la Mediación me encontró: desde que comencé a interesarme profesionalmente sobre las llamadas ciencias humanistas, cada vez que culminaba una carrera no me era suficiente para explicar el eje central de mí búsqueda y curiosidad. Inicié con Recursos Humanos, que luego gracias a mis maestros de una escuela de negocios española me hicieron “dar vuelta” esas palabras y cocinarlas a modo chef pensándolas de otra manera: “Humanos con Recursos”, siendo allí mis primeras preguntas ¿Cómo motivo a una persona? ¿Cómo fomento la creatividad? ¿Cómo motivo el trabajo en equipo? Eso conllevó a dedicarme al estudio de la Gamificación y las Narrativas transmedias, allí me re-encontré con otra realidad y un gran descubrimiento: antes que pueda motivar a alguien a ser creativo, primero tengo que ser creativo yo (el nacimiento del profesional diseñador de experiencias memorables). Sin embargo, esto tampoco fue suficiente, llegué a otra señal en el camino que dio un giro y me llevó a las neurociencias; al origen del motor que tiene ese botón de “on” y “off” del sentir y de los comportamientos. Finalmente, aunque sé que no será la última parada de este viaje, arribé a la Mediación, y al conocerla más de cerca hallé otros dos descubrimientos: la Interdisciplina de la Mediación y la Prevención de los conflictos.
- La Interdisciplina para conocerme como profesional e implementar y conjugar desde la creatividad, la flexibilidad del conocimiento y el aprender a hacer, una gama amplia de posibilidades de gestión del diálogo en mis mediaciones, pues tal como veremos, las personas no nos manejamos en la vida con el mismo manual emocional, cada uno de nosotros necesitamos diferentes maneras de encontrar el mejor vehículo para expresar lo que verdaderamente sentimos y percibimos, y ni pensar “lograr ver al otro” y aceptar que siente y percibe diferente.
- La Prevención de los conflictos: esta respuesta la dejaré para más adelante, pero no sin antes mostrarle las siguientes imágenes:
Cuando veo estas noticias, que cada vez son como suele decirse “moneda corriente”, podemos pensar que la humanidad está atravesando un periodo donde la naturalización de la violencia y la expresividad de la misma potenciada por los medios digitales como testigos, se encuentra en el punto máximo, y me pregunto dónde queda la figura del mediador en la prevención de los conflictos. Se nos convoca cuando ya el problema se expresó, pero antes de que esto ocurra ¿se podría haber gestionado previamente o creado un sistema de gestión? Desde nuestros conocimientos interdisciplinarios y en continua actualización, definitivamente podemos aportar a los equipos y políticas públicas de seguridad y educación nuestros saberes.
Volviendo a las imágenes, eso que ven en cada una de ellas, es ese cerebro emocional desbordado por la situación, carente de herramientas que le enseñaran a resolver sus problemas sin acudir a la violencia y un sistema que no ha tenido grandes transformaciones a la par de los avances tecnológicos. En otras palabras, estamos frente a un cerebro emocional que siente, piensa y actúa; una inteligencia emocional que se cultiva de forma diferente.
La parte encargada en el cerebro de percibir la información externa a través de los sentidos es juntamente un área central que es la primera en tomar el control o el mando de la persona: el sistema límbico, siendo las principales protagonistas de este escrito, las amígdalas cerebrales.
Ellas son las encargadas de activar “la reacción” y “la acción”, dado que almacenan y procesan la información que detectan produciendo así las denominadas “reacciones emocionales” integrándolas con respuestas preestablecidas (patrones conductuales), con lo cual ante una señal que perciben como peligro potencial van a activar mecanismos de autoprotección (huyo, ataco o me quedo inmóvil).
En otras palabras, las amígdalas cerebrales se ocupan de tres funciones básicas: la memoria emotiva, la cognición social y las emociones, por lo tanto están estrechamente relacionadas con el proceso de aprendizaje emocional y el radar que detecta los peligros. Asimismo, la conciencia y la gestión de nuestros estados internos, también confluyen en ellas y su vínculo directo con la corteza prefrontal (la encargada de la autoregulación, ese “jefe bueno” que nos guía en la toma de decisiones razonadas y la flexibilidad en las respuestas cognitivas que damos, como también siendo la zona prefrontal izquierda la que activa mecanismos en sus circuitos que favorecen los estados de humor positivos como el entusiasmo, la proactividad y la colaboración con el otro. En consecuencia, esta toma de conciencia entre estas dos áreas, implican el desarrollo de competencias como la gestión de las emociones, el impulso concienciado para lograr los objetivos que nos proponemos, la adaptabilidad y la iniciativa.
Sin embargo, a veces sucede algo con estos pequeños motores emocionales, específicamente cuando las amígdalas toman el rol protagónico del “jefe malo” y nos conducen a tomar decisiones que seguramente nos arrepintamos pasada la efervescencia del impulso, este mecanismo es el llamado secuestro amigdalar. Éste se produce cuando al sentir una emoción fuerte, (ira, miedo, tristeza…) las amígdalas bloquean nuestra capacidad de razonar y toman el mando total del cerebro, en especial del córtex prefrontal, tal como pudieron observar en las imágenes presentadas al comienzo. Es decir, que esa información que se percibe con los sentidos, es recibida por un área llamada tálamo y éste en lugar de enviar la información y hacerla circular entre otras áreas del cerebro, la envía directamente a las amígdalas, las cuales toman el absoluto control del comportamiento y conducta de la persona, sin mediar con la razón. El tiempo que dura este secuestro se llama “periodo refractario”, y cuando se activa la memoria también se ve afectada, ya que deja de operar con normalidad, dado que justamente el foco de atención está en aquello que se percibe como amenaza y no el entorno circundante.
En otras palabras, durante este secuestro el ser humano se vuelve incapaz de aprender, de innovar y ser flexible (luchamos, huimos o nos paralizamos, no hay otra alternativa que esa para las amígdalas, y cuyo funcionamiento hace que el cuerpo sufra diferentes descargas químicas como la activación de las hormonas del estrés, sobre todo cortisol y adrenalina). Lo desfavorecedor de este mecanismo, si bien es el que nos ha ayudado a sobrevivir como especie, muchas veces se equivoca y hace que se tomen decisiones no favorables ni para la persona en sí misma ni para el resto, y esto es debido a que analiza sólo aquella pequeña fracción de las señales que recogieron como evidencia los órganos sensoriales, y más aún en este mundo moderno, cada vez más digital y por ende visual desde el lenguaje, cuyos mensajes y peligros no necesariamente representan un riesgo físico sino simbólico.
Asimismo, como ejemplos de los principales detonantes de la amígdala, se enmarcan los siguientes: ser objeto de condescendencia y falta de respeto, recibir un trato injusto, no sentirnos valorados, tener la impresión de que no nos escuchan, o vernos sometidos a calendarios poco realistas (Goleman, 2013), inclusive hoy hasta una mirada que percibimos como negativa o un mensaje o audio enviado por un conocido o desconocido en la comunidad virtual, puede desencadenar la activación de estas amígdalas y por ende, escaladas imprevistas de conflictos, que pueden llegar a alterar incluso la paz social o comunitaria.
Un poco de este mecanismo, sin llegar al extremo del secuestro amigdalar, en una Mediación podemos observar este rol emocional que juegan las amígdalas cuando detectamos la primera expresión de los participantes en el inicio del proceso y cada vez que quieren volver a ese primer estado anímico: la Posición que manifiestan frente al conflicto que nubla el Interés. Esto sucede porque el razonamiento de la situación en ese momento y en esa etapa de la Mediación, se encuentra guiado por la amígdala. Los Mediadores podemos reconocer esta instancia al comprender que en ese momento del proceso no sería posible por ejemplo, comenzar a desglosar la circularización de los intereses o un replanteo del problema, porque los participantes no están preparados aun ni para verse así mismos (desde lo que realmente necesitan) y mucho menos lo que el otro necesita. Desde esta perspectiva mucho más amplia que nos aportan las Neurociencias a la Mediación, podemos comprender de una manera más profunda por qué ocurren las escaladas en los conflictos cuando un estímulo se hace presente y dispara esta percepción frente a algo que representa miedo o amenaza, y por qué también desde ese instinto de supervivencia prestablecido por patrones conductuales que guardan nuestras memorias emotivas, es la razón por la que muchas veces detectamos en nuestras mediaciones la necesidad de cada una de las partes de ser “comprendidas” por el Mediador, buscando inconscientemente a un aliado en lo que les pasa y sienten.
Una vez más, para dar reflejo de este secuestro amigdalar y de esta escalada violenta del conflicto de situaciones acontecidas en Argentina, las imágenes que verán a continuación, y que siempre pongo de ejemplo en mis exposiciones en lo que es la prevención de conflictos en Salud, a modo de “Relatos Salvajes”, el nombre de esa película con el mismo nombre que escenifica perfectamente cómo una persona pierde el control de sí misma, no sin antes haber dado señales que iba a activarse esta respuesta de supervivencia.
Nuevamente recalco, cuando este tipo de situaciones de extrema violencia acontecen y toman estado público, me pregunto ¿por qué al Mediador se lo convoca cuando la expresión del conflicto se manifestó y no antes de esto? ¿Por qué esperar a que suceda un “secuestro amigdalar” y no actuar preventivamente? Y siento que justamente ese el camino que aún la Mediación debe recorrer, uniéndose a los aportes que podemos brindar, diseñar y promover para la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas. Llegar a más personas, a más instituciones (sanitarias, educativas, comunitarias, etc.), mediante la creación y participación activa en equipos interdisciplinarios que comprendan las características y perfilaciones esenciales de los comportamientos humanos y la gestión pacífica y preventiva de los conflictos.
Y esto es porque comprender las emociones, legitimarlas y propiciar el encuentro de los pensamientos razonados y comunes entre las partes, amerita el desenvolvimiento de herramientas y técnicas que trabajan y producen un efecto fuerte y directo a ese cerebro emocional, a este Tálamo cerebral que en lugar de enviar la información de la reacción que le produce lo que percibe como ataque, miedo o tristeza, la conduzca a la corteza cerebral (la razón) y no directamente a esa amígdala que no posee filtros ni media con lo que siente cuando toma posesión de las decisiones, y esto es debido a que, tal y como vimos, el cerebro “maneja” todas estas situaciones, y que repercuten en su sentir psicológico y físico, y por lo tanto, indudablemente se verá reflejado en su accionar.
Y si a su vez, sumamos este estrés continuo que aportan los conflictos no resueltos a las personas, alterando considerablemente aspectos de la corteza prefrontal, siendo una zona crucial del cerebro dado que es la encargada de regular la toma de decisiones referentes al comportamiento social, la responsabilidad y el juicio. Con lo cual, estos conocimientos que nos enseñan los descubrimientos de la Neurociencia, involucra la materia de labor esencial en la prevención de los conflictos que lleva a cabo el Mediador, tanto para el resguardo de las personas que forman parte de un entorno social o institución y la comunidad en general.
En conclusión, ver el aporte de las Neurociencias a la Mediación, y la figura del Mediador Neuroemocional implica a su vez, entender nuestro sentido ético, ese que se origina en nuestra autoconciencia y autoregulación, el cual no se basa solo en respetar lo que se dice y habla en las mediaciones, sino también en comprender y aceptar que el conflicto o los problemas no son cosas sencillas de resolver. Merecen respeto, empatía y saber cómo interpretar el contexto general (incluido el de las emociones) y usar el don de la palabra y de la expresión para brindar un espacio óptimo y memorable para esas personas que confían en nuestra labor y competencias interdisciplinarias. Buscar el punto de equilibrio entre las personas, sus emociones y sus decisiones.
Comentarios