En un país bien gobernado, la pobreza es algo de qué avergonzarse. En un país mal gobernado, la riqueza es algo de qué avergonzarse.
Confucio
Durante la Semana Santa, que coincide con la celebración de la Pascua en diversos cultos, tienen lugar numerosas muestras de religiosidad popular a lo largo de todo el mundo, y se recuerdan valores como el de la paz y el del respeto, tan necesarios en esta crisis global, nacional, comunitaria y familiar. Otro tema sobre el que se reflexiona es el de la pobreza.
Ser pobre significa, según la biblia, ser necesitado, débil o menesteroso. Es sinónimo de ser insolvente, menesteroso, desfavorecido, desprovisto, miserable, indigente, pordiosero, desposeído, desvalido o necesitado.
En esta oportunidad nos referiremos a la pobreza material, es decir no tener lo necesario para vivir o tenerlo con escasez. Una persona se encuentra en pobreza cuando tiene al menos una carencia social. Las carencias sociales se refieren a la falta de acceso a la salud; a la seguridad social; a la educación; a una vivienda y sus servicios básicos, y a la alimentación. Por lo que hace al ingreso, se toma en cuenta la capacidad de compra de dos tipos de canasta: la alimentaria básica y la ampliada que contempla otras necesidades adicionales.
A partir de 2018 en vez de estar mejor tristemente estamos peor, así lo revelan varios indicadores. Aproximadamente 50 millones de mexicanos están en situación de pobreza laboral por ingreso, es decir, no cuentan con los recursos suficientes para comprar la canasta básica. El trabajo informal también se ha incrementado, en la actualidad asciende a un 55.49 por ciento que equivale a poco más de 32 millones de mexicanos que, en esa condición, carecen de prestaciones y de seguridad social.
Reconocer la pobreza propia no deshonra a nadie, pero sí el no hacer esfuerzo alguno para superarla. Esa situación ya se presenta como un efecto nocivo derivado de la entrega de dinero público de los programas de bienestar del gobierno. Existen familias beneficiarias en las que ya nadie de sus integrantes trabaja ni desea trabajar sino sólo vivir de las dádivas gubernamentales. El gobierno, además, les hace creer que esos recursos se entregan por un acto de generosidad del mandatario. Nada más falso, se trata de recursos provenientes de impuestos y de la cancelación de programas y partidas presupuestales que beneficiaban a más personas pobres.
Es urgente el diseño y la adopción de una estrategia económica en favor de los más vulnerables para que puedan disfrutar de la dignidad a través del trabajo, no de la limosna que envilece, degrada y enajena como un supuesto acto de bondad. Sólo así podrán salir millones de personas de su estado de pobreza y se restaurará su legítima ambición de generar riqueza y bienestar personal y para sus familias.
Es importante tener en cuenta que, sólo por lo que hace a la pensión universal para adultos mayores, de aproximadamente 40 mil millones de pesos distribuidos durante 2018, para 2024 se prevé que pase a poco más de 439 mil millones de pesos. Tampoco debe soslayarse que, mientras el crecimiento del PIB es inexistente en lo que va de esta administración, las asignaciones presupuestales que se regalan habrán crecido más de diez veces en el periodo mencionado.
Todo indica que el gobierno actual prefiere que la gente permanezca en la pobreza ya que “al llegar a la clase media se les olvida de dónde vienen”, de tal suerte que la ayuda, según el presidente, es parte de su estrategia político-electoral.
A pesar de que una de las banderas de campaña del actual gobierno fue “primero los pobres”, en los hechos ha aplicado múltiples acciones y medidas que lastiman a las clases menos favorecidas. Tal es el caso de la cancelación del seguro popular, estancias infantiles, escuelas de tiempo completo, comedores comunitarios y del presupuesto de becas para estudiantes de licenciatura de bajos recursos inscritos en universidades públicas de todo el país, por citar algunos casos.
Existen millones de personas pobres que huyen de sus países de origen, de gobiernos autoritarios y del hambre. Ingresan a México en su intento por pasar a los Estados Unidos en busca de oportunidades, provienen principalmente de países de Centro y Sudamérica, así como del Caribe.
Las corrientes migratorias que logran llegar a la frontera con Estados Unidos han logrado superar la muerte; el tráfico de personas; al hambre; al narcotráfico; a la constante extorsión de agentes de migración, de policías y de militares, y a pandillas.
El mandatario dijo en noviembre de 2021 en la ONU ser un ferviente admirador de todos los migrantes del mundo. En los hechos a nadie en su gobierno parece importarle las vidas de los migrantes porque son pobres. Se les trata mal, abusan de ellos, los denigran, los dejan morir deshidratados, de hambre, quemados o asfixiados. Es preocupante confirmar que vivimos en un mundo en el que la concordia, cualidad positiva cercana a la bondad, es un distintivo que se debilita peligrosamente, sobre todo en quienes tienen la obligación de respetar y apoyar al débil. Muestra de ello es el reciente asesinato de los 39 migrantes en una supuesta estación migratoria de Ciudad Juárez, en la que se violaron los derechos humanos de migrantes.
Estamos ante un crimen de Estado y sus responsables han cometido el delito de homicidio doloso por omisión en lo que parece ser la punta del iceberg de una red de corrupción, abuso y violación de los derechos humanos.
Sin embargo, debemos reconocer que los enormes grupos de desplazados que ingresan al territorio mexicano y que no logran pasar a los Estados Unidos o son devueltos a México, además de los 30 mil migrantes que nuestro gobierno aceptó recibir al mes deportados de aquél país, están poniendo en jaque no sólo a autoridades federales, estatales y municipales, también a organizaciones humanitarias y vecinos de los sitios en los que deciden instalar sus campamentos. Carecemos de la capacidad necesaria para albergar, alimentar y atender a tantos migrantes.
Por lo hasta aquí expuesto resulta inconcebible que, para quienes redactaron los nuevos libros de primero de primaria de la Secretaría de Educación Pública, pretendan hacer creer que la pobreza es una virtud y que perversamente sea esa la idea que procuran sembrar en las mentes de los niños de seis y siete años, como si se quisiera hacerles creer que no merecen esperar ni aspirar a la excelencia ni al bienestar y para programarlos para una vida miserable.
Esos libros, que incluyen mensajes de odio, división y discordia que habrán de profundizar el deterioro del tejido social y se alejarán de una cultura de la paz, forman parte de la política educativa del gobierno. Nos dirigimos al fracaso educativo de las nuevas generaciones tendente a que de las escuelas públicas egresen niños y jóvenes sin oficio ni beneficio y, por lo tanto, estén condenados a la pobreza y a la mediocridad.
Vamos en contra de los cuatro pilares sobre los que debe sustentarse la educación del siglo XXI. Por si eso no bastara, el mandatario recién designó al responsable de los libros comentados como representante permanente de México ante la UNESCO. Es probable que, además de exhibir la actual política educativa mexicana y ridiculizarnos en ese organismo multilateral, intente que se cancelen los pilares sobre los que debe sustentarse la educación y proponga planes que permitan manipular a niños y jóvenes para que aspiren a una pobreza y mediocridad eternas.
En conclusión, se puede afirmar que ser pobre dista mucho de ser una virtud y que sigue siendo indispensable promover la prosperidad compartida que permita disminuir, en términos reales, la pobreza.
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