PUBLICADO 20/04/2023 DIARIO COMERCIO Y JUSTICIA DE CORDOBA
Gente de buena madera
Mire mediadora: yo la quiero y ella me quiere, pero acá estamos porque nuestras vidas son un infierno y queremos separarnos. Ahá, contesté, ¿y qué les hace pensar que nosotros podemos solucionar esta cuestión?..
Los mediadores somos siempre dos y la verdad es que cuando las parejas llegan a nuestra mesa ya están separadas y gran parte de nuestro trabajo es analizar y acordar cómo seguirán con sus hijos. No hacemos terapia ni estamos preparados para ayudarlos a resolver estos “nos queremos pero no podemos vivir más juntos”. Es innegable que muchas veces las personas asisten adonde piensan podrán recibir alguna ayuda para su conflicto.
La primera idea que se me cruzó fue que esta pareja necesitaba, más que una mediación, una terapia de pareja, pero no tenían obra social y además es muy difícil conseguir asistencia en lugares públicos que brinden tratamientos de calidad y en cantidad suficiente para poder tratar estas temáticas. Nos miramos con mi compañero, por suerte en esta oportunidad estaba acompañada de un comediador varón lo que, según mi parecer, suma en la medida en que el mediado hombre se siente más identificado. Los dejamos seguir hablando; muchas veces las narrativas del requirente y el requerido nos ayudan a vislumbrar algún camino, aunque no ortodoxo, que les sirva a ellos. Cuando digo “no ortodoxo” me refiero a las técnicas y procedimientos que se enseñan como propios de la mediación.
En sus relatos mencionaron que uno de sus hijos sufría una gran discapacidad, que dependía de ellos para todo: comer, asearse, caminar y que fundamentalmente era la mamá quien se ocupaba de él. También se refirieron a que tenían otros dos hijos y la única ayuda con la que contaban era la de la mamá de ella, quien asistía varias horas al día. Mientras, el requerido nos decía que se deslomaba trabajando para poder aportar más dinero que ayudara a esta situación, que era el único en condiciones de trabajar, más una pequeña pensión que percibían por la incapacidad del hijo. En un determinado momento del diálogo -por cierto, muy respetuoso y amable- que manteníamos los cuatro, se mencionó que todo este contexto había puesto fin a la vida íntima de la pareja. Entonces pensé: “Ajá, me parece que acá está el problema”. Por un lado, una mamá totalmente absorbida por la atención de este hijo y dos más; por el otro lado, un hombre aún joven que, a pesar de este contexto tan difícil, quería continuar teniendo esposa, compañera, algún momento de intimidad, algún espacio para la pareja; y nosotros, los mediadores, quienes no estamos preparados para resolver estas cuestiones. Pero tampoco nos resignamos a dejar a estas personas tan angustiadas, sin ver alguna luz al final del túnel. Hicimos con mi colega una reunión entre nosotros y resolvimos proponerles algo para ver si podíamos ayudar. Una segunda audiencia no tenía costos económicos para ellos y sí podía servirles. Le preguntamos a Juan si alguna vez ayudaba a Mabel con el hijo discapacitado, si ella alguna vez tenía algún respiro, un ratito de tiempo para leer algo, caminar, charlar con una amiga, a lo cual nos contestó que no. Le agregué que nosotras las mujeres también necesitamos algún espacio, un momento para poder conectarnos con nuestros deseos, nuestros sentimientos, nuestro bienestar. Les propusimos flexibilizar un poco los roles. Juan ayudaría con Manuel, el hijo mencionado, y Mabel dispondría de ese pequeño recreo para leer, ver tele u otro entretenimiento. También un sábado al mes saldrían solos, a comer una pizza, a la plaza a tomar mate, pero fundamentalmente para hablar de ellos.
La segunda reunión fue a los dos meses. Estaban mucho mejor, Mabel había comprendido que no era imprescindible y podía dejar a su hijo algunas horas a cargo de otra persona. Juan había reconocido que Manuel también era hijo suyo, había aprendido a cambiarle los pañales y darle de comer y compartir con él alguna otra actividad. En esta última reunión ya no nos plantearon más la separación porque en definitiva terminaron diciendo “yo la quiero mediadora y ella también me quiere a mí y juntos tenemos que remar para el mismo lado”. Habían salido solos a caminar, a tomar algo y esto les había ayudado a recuperar parte de su vida en pareja. Él comentó que le había regalado alguna prenda de la cual él disfrutaba vérsela puesta. Ignoramos los mediadores si esto alcanzó: las restricciones económicas, la salud de este hijo y también la existencia de dos hijos más que convivían con esta problemática hacían necesaria mucha comprensión y asistencia para sobrellevar la vida. Hicimos lo que pudimos, ojalá haya alcanzado. Por supuesto no se redactó ningún acuerdo y sólo escribimos en el acta de cierre que se había llegado a un acuerdo verbal, cuyo fin es completar el procedimiento y cerrar la causa. Siempre estos casos únicos nos brindan una nueva experiencia que nos indica que no sólo estamos para redactar convenios que puedan ser homologados.
* Mediadora. Licenciada en Comunicación Social
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